Hay un tramo del recorrido, entre el km 7.5 y el 8.1, en que el corredor tiene la clara percepción de que, en ambas direcciones, el camino toma una leve inclinación descendente que sus piernas agradecen soltándose con alegría.
Muchas veces el corredor se ha preguntado, intrigado, si esta imposibilidad física se explica por una ilusión óptica, por un deseo aliviador del cansancio, por un espejismo de músculos y pulmones ansiosos de encontrar motivos para continuar. Y muchas veces también el corredor ha estado tentado de convertir esos 600 metros en un circuito cerrado, ida y vuelta, ida y vuelta, un bucle feliz, y así disfrutar de una inacabable cuesta abajo que le libre de la certeza de pagar con el dolor de las subidas la felicidad de bajadas.
Pero
un destello de sabiduría le hace desistir: no hay que abusar de los engaños
favorables no vaya a ser que el hechizo se acabe o, lo que aún es peor, sea
sustituido por una maldición. Como en la canción: "Y cuando bajo, y cuando
bajo, se me hace cuesta arriba la cuesta abajo."
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