El paisaje frunce el ceño.
Una ceja oscura
sobre el ojo de la cordillera.
El aliento tibio de los montes
se hace nube.
Humo de un incendio remoto.
El primer frío del otoño
nos arruga también el rostro,
impacientes por saltar
las bardas del horizonte
para perseguir el recuerdo del verano.
Por si lo habíamos olvidado
las ovejas nos recuerdan
el valor de la lana,
esos vellones cálidos
parecidos a nubes.
Todo se corresponde.
Si hubiera un diccionario poético, así podríamos acercarnos a la palabra Bardera. No sé si la emplearán los meteorólogos. No sé si figurará en el Atlas de Nubes. Pero aquí, en cuanto alguna persona mayor la pronuncia, sabemos que ha llegado el frío de verdad. Y corremos a encender la lumbre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario