He aquí una de esas frases que han hecho
fortuna y que se convierten en lema, en síntesis exacta del espíritu de una
época. A poco que la analicemos se nos
revela como una afirmación ontológica con reminiscencias del poema de
Parménides; clara demostración -dirán algunos nostálgicos profesores de Filosofía- de que la metafísica ha vuelto.
Sin perdernos en las profundidades vertiginosas del ser, ateniéndonos al uso corriente
de esta expresión, hemos de considerarla una afirmación irrebatible cargada de
intención disuasoria. Si te la dice tu empleador prepárate para vértelas con un
contrato basura, si eres tú el que la pronuncia acabas de reconocer que lo has
aceptado a sabiendas de su precariedad.
Es
lo que hay: proclamación de grosero realismo alejado de cualquier utopía. Es lo
que hay: más que conformidad, amarga resignación. Es lo que hay: cínica imposición de
una injusticia amparada en la necesidad. Es lo que hay: amarga constatación de
que la dura realidad se ha impuesto a
los deseos. Es lo que hay: un trágala fatal, tautológico reconocimiento de nuestra frustración.
Lo
que más duele es escucharla tantas veces en boca de los jóvenes.
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