No es la primera vez que hacemos comparecer aquí a Mateo
Ortiz, llamado por sus escasos amigos "el hombre más triste de Europa
Occidental", quien tuvo la suerte o la desgracia de leer a Schopenhauer, a Kierkegaard y a Cioran en su adolescencia y primera juventud, cuando los libros nos marcan
como el hierro candente a los animales que son propiedad de alguien. Quizá por
ello, sus escasos pensamientos tienden siempre a una melancolía neblinosa,
existencial, como de país con pocas horas de sol (algo paradójicamente
compatible con el hecho de haber elegido Almería como lugar de retiro).
Transcribimos aquí cuatro de sus
aforismos:
"Somos
poco más que un grumo, un coágulo de conciencia dolorida en medio de la
infinita oscuridad del cosmos. Y la mejor conjetura sobre nuestro porvenir es la
de disolvernos dulcemente en esa noche
primigenia, como un terrón de azúcar en agua templada."
"¡Cómo
envidio al alpinista que acaba de coronar la cima más inaccesible! Así quisiera
yo vivir cada segundo, en vilo sobre un vértice, sobre la cumbre misma del
éxtasis."
"¿Por
qué esa manía de que vivamos relajados? Solo en su óptima tensión vibra la
cuerda."
"El
río del Odio tiene demasiados afluentes."
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