lunes, 11 de junio de 2018

EL TIEMPO, GRAN ESCULTOR









     En el crucero de la ermita, el Cristo, a la dolorosa imagen de la crucifixión, suma el martirio de una mutilación sobrevenida. Ha perdido las dos piernas y un brazo y si lo miramos con la implacable lógica terrenal, tememos que en cualquier momento se desequilibre, vencido hacia un lado, o que el clavo  de su mano izquierda no aguante el peso y caiga a tierra. Desazona también la posibilidad de una resurrección en estas circunstancias, convertido en inválido limosnero a la puerta de su propia iglesia. Sin rostro, sin rasgos de sufrimiento, la escultura parece reclamar su vuelta a la indefinición de la materia de donde el escultor la rescató o -en otro sentido- la obligó a apartarse.

     ¿Qué o quién es el responsable de esta salvaje amputación? ¿La acción combinada del hielo, el viento y la lluvia?  ¿Un acto vandálico? ¿La lepra de los líquenes? ¿La furia anticlerical de los años treinta? ¿La desafección religiosa aliada con el mal de la piedra? ¿O, simplemente, el Tiempo, ese gran escultor del que hablaba Margarita Yourcenar?

     Sea como sea, el primitivismo de la escultura, el doble patetismo de su estado actual, el abandono de la comarca, la belleza de las montañas al fondo... todo confluye para crear el escenario de una melancolía trascendente, para una meditación tranquila sobre la lenta erosión de las creencias.





No hay comentarios:

Publicar un comentario