viernes, 8 de junio de 2018

CAMARERA (II)



Era tímida, muy tímida, al menos con las palabras.  Se le daba mal mantener una breve conversación. El miedo a hacer el ridículo le anudaba la garganta y la hacía tartamudear. A veces le gustaría haber nacido muda para no verse obligada a hablar. Aprendería el lenguaje de signos, dibujaría en un papel: eso le resultaba mucho más fácil. De hecho en la cafetería la consideraban una artista: con la espuma de la leche hacía sobre el café espirales, flores, cisnes, un delfín, una bailarina; hasta se atrevió con alguna caricatura.

Él era un cliente habitual y apenas la miraba. Quizá era tímido también, uno de esos tímidos de mirada tan hermosa como abatida. Ella se hubiera atrevido a dibujar en su taza un corazón. Quizá le hubiera temblado un poco la jarrita de la leche en la mano y no le hubiera salido tan bien como de costumbre.

Pero, para su desgracia, él siempre pedía lo mismo: un café solo.

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