Absorto en su tarea, el fabricante de juguetes inunda de fantasía las sucias y desconcertadas paredes de la ciudad indiferente. Nadie lo mira, demasiado alto para la mirada de los niños, que ya solo miran a lo que se traen entre manos, demasiado lejos para la mirada de los adultos, que solo tienen ojos de miope para lo próximo. Algún desocupado, tan viejo como él, quizá le sonría al pasar o se lo lleve en la memoria de la cámara.
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