Marcado desde el origen con el hierro candente del
infortunio, la suerte fue tan cruelmente pródiga en desgracias para con este
poeta húngaro que resulta fácil imaginarle un epílogo. Toda su vida -su breve
vida- coleccionándolas, acumulando motivos para sentirse, con razón, perseguido
por la fatalidad. Una niñez de huérfano que parece sacada de un relato de
Dickens, un país -Hungría- amputado y comatoso tras la Gran Guerra, una
inteligencia privilegiada -extraño privilegio el de la lucidez- y una sensibilidad febril agudizada por su
frágil psiquismo, sueños revolucionarios frustrados, fracasos amorosos
encadenados... El tren que destrozó su cuerpo cerca del lago Balaton sabía lo
que hacía: una obra de misericordia. Ese tren lo estaba esperando desde
antiguo, desde aquella otra vez en que
Attila se acostó sobre los raíles, ansioso de conciliar el sueño eterno,
y el tren no llegaba: otro suicida se le había adelantado. El poeta, desde ese
momento, pensó que su existencia era el regalo provisional de un hermano en la
desesperanza, un préstamo que más pronto que tarde habría de cancelar.
En sus poemas conviven con deslumbrante facilidad la música
de la poesía tradicional húngara, el surrealismo, la pasión amorosa de un
eterno adolescente y la voz proletaria de quien ha hecho de Marx el nuevo
evangelista.
La mañana que visité la tumba, los castaños de Indias
reventaban de flores. Sobre la modesta lápida, compartida con sus familiares en
el plácido cementerio Kerepesi de Budapest, una
hormiga -encarnación ciega y desnortada de la posteridad- trataba inútilmente
con las patas de leer su nombre.
"Mi corazón sentado en la rama de la nada
su pequeño cuerpo
estremece silencioso."
***
"No tengo Dios, no tengo rey,
mi madre nunca usó
anillo,
no tengo choza ni
lugar donde morir,
no doy besos, no tengo amante.
Durante tres días mastiqué mi pulgar
por falta de un mendrugo de pan.
Aunque tengo veinte
años y soy fuerte y sano,
mis veinte años están en venta."
***
"La opresión, como una bandada de buitres,
convierte en carroña los corazones;
y la miseria se escurre por todo el globo,
como saliva por el rostro de un idiota."
***
Para saber más:
Attila Jószef, o una
lucidez desesperada, por Rafael Ojeda
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