Ni la pura ilusión del pionero
que rotura los bosques y construye su casa
en parajes inhóspitos.
Ni la rabia astuta del proscrito
emboscado en selvas mitológicas.
Ni la paciencia miniada
del que coloca trampas
en los abrevaderos más limpios del arroyo.
Ni la tristeza luminosa del exilio,
ni la desesperación que zozobra en las
pateras,
ni el vértigo que atruena al polizón
escondido en un tren de aterrizaje.
Tampoco la ingrávida pasión del astronauta
ni el amor a los barcos más infieles
que siempre cautiva al ballenero.
Tan sólo nos estaba reservada
la
aventura gregaria y desvaída,
venal e intercambiable,
que siempre prometen al turista.
(En caso de estafa manifiesta
siempre queda la opción de reclamar
a una amable señora vestida de uniforme
que habla muchas lenguas).
(De En la montaña mágica )
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