martes, 30 de mayo de 2017

CON LA BOCA ABIERTA



              
       Desde que leyó en una revista de divulgación científica que la duración de los bostezos estaba directamente relacionada con el tamaño del cerebro se sintió reconfortado al ver confirmada una intuición que siempre había tenido. Pasó de ser un hombre siempre hastiado -el que abre aparatosamente la boca en todos los sitios hasta mostrar la úvula- al más inteligente -ese a quien el espectáculo del mundo le resulta demasiado banal-. Avalado por una verdad científica incontestable, poco le importaba ya que los demás siguieran pensando de él que era el ser más aburrido del universo.

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