¿Qué es antes, la banalización de
las palabras o la de la realidad?
Fijémonos en 'avatar', hermosa
palabra procedente del sánscrito, ese idioma arcaico, litúrgico, en el noble
linaje del indoeuropeo. Originariamente se refería a las distintas
reencarnaciones de los dioses que ‘descendían’ a la condición humana. El mayor
de los actos de amor y sacrificio de la divinidad para con el hombre. En el
cristianismo, Jesucristo se aproxima al concepto hinduista de avatar.
Rescatada del olvido,
reinterpretada y aplicada a sectores pujantes de nuestra cultura tecnológica y
del ocio, este término está gozando de otras vidas, sin duda menos sagradas. Un
dibujo, una fotografía, cualquier elemento gráfico que nos represente en los
juegos de rol, en las redes sociales, es nuestro avatar. No tiene por qué
parecerse a nosotros, en realidad muchas veces se busca justamente lo
contrario, compensar la cortedad de nuestra vida con otras personalidades; se
busca la máscara (´persona’, en griego),
el personaje, otro ‘yo’ oculto, reprimido. Siempre hemos sentido la necesidad
de ser otros, de ser más, de ser mejores o –lo que resulta ciertamente
inquietante- de ser peores.
La última y curiosa versión de la
palabra que ha llegado a mis oídos procede del campo científico. Los ratones ‘avatar’ son
aquellos en los que se ‘siembra’ el cáncer de un solo paciente y así se
experimentan diferentes tratamientos a la vez para, de una manera rápida y
barata, tratar de encontrar el remedio más eficaz sin tener que someter al enfermo a
dolorosas e inútiles terapias. También
ellos, como los dioses reencarnados, sufren y mueren para salvarnos.
El contacto con esta palabra me
hace volver sobre la pregunta que, con diferentes fórmulas, ha inquietado a
tantos pensadores y artistas. ¿Y si no fuéramos más que hombres avatar y
hubiera otras réplicas de nosotros mismos en otros universos paralelos,
incomunicables con este, y nuestra vida no fuera más que una peripecia
programada, un ensayo de laboratorio, una probatura para dar con nuestra mejor versión, esa que nunca
alcanzaremos?
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