sábado, 1 de mayo de 2021

LA QUIETUD

 



 





Cobijados precariamente del aguacero bajo el follaje aún ralo del fresno, los burros han abandonado su infatigable trabajo de herbívoros: arrancar la hierba tierna de la primavera, masticarla someramente, rumiarla. Los días se les van en esta tarea elemental y absorbente. Pero ahora, congregados junto al árbol, están paralizados, como si jugaran a ser estatuas animales. Ni siquiera sus tics habituales ─rascarse los parásitos, agitar la cola para espantar insectos, abanicar las orejas─  desmienten su inmovilidad, y el observador se admira de ello y se pregunta por la causa de tan maravillosa quietud. Busca analogías. ¿Están rezando al dios de la lluvia? ¿Son patriotas que escuchan con veneración y respeto el himno? ¿Son filósofos, poetas contemplativos meditando en busca del nirvana?

Tal vez, contra su inmerecida fama de seres insensibles, sean los burros espíritus delicados y sus oídos, atentos a esa blanca música de la lluvia, y sus ojos, cautivados por su cadencia hipnótica, los induzcan al trance. Estáticos y extáticos.

Y algo de esta paz sencilla, pequeña y honda se adueña también del observador.

Lluvia de abril.


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