Contrariamente a lo que algunos le recriminaban, no era de los que hablan por hablar ni de los que opinan sin basarse en hechos.
Por eso, cuando debido a problemáticos efectos secundarios las autoridades sanitarias decidieron suspender la segunda dosis de su vacuna, se sulfuró. ¿Con qué derecho le privaban del inigualable placer de poner el grito en el cielo? ¿Qué iba a ser ahora de él, con medio nanochip inoculado? ¿Cómo iba a poder explicarles a los demás que sentía tan solo medio esclavo, medio borrego, mediopensionista del pérfido sistema?
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