domingo, 4 de abril de 2021

CASA TOMADA

 































¿Qué variedad de la desgracia puso sus ojos severos sobre esta casa?  ¿O fue tan solo la desidia, esa hijastra del tiempo?

El jardín, abandonado a su instinto reprimido, se ha convertido en jungla. Los árboles, plantados con amor, han roto las cadenas de la urbanidad y medran a su antojo, compitiendo por la luz cada vez más escasa, atenazados por plantas trepadoras y maleza. Parecen empeñados en vengarse de la mano civilizadora que los ató a esta tierra. La higuera, el fresno, el ciprés, el avellano, el acebo, la pasionaria, la palmera, el nogal, el níspero, la enredadera..., sus nombres poco valen en este salvaje maremágnum.  Donde una vez hubo orden y propósito ahora hay promiscuidad, hibridación y esa íntima podredumbre que la sombra y la humedad generan en el suelo del bosque. Algunas ramas parecen afectadas por un delirio tropical y adoptan extrañas  formas, desafían las leyes del crecimiento, se diría que dibujan enigmáticos signos. La carretilla ociosa no tardará en ver atacado su metal por la implacable voracidad de lo orgánico.

¿Qué decir de la casa? Está a punto de desaparecer asfixiada por la pujanza de esta selva de 300 metros cuadrados. La puerta apenas la protege de una invasión vegetal imparable que acabará por devorarla y los retoños de la hiedra oprimen con sus dedos tenues e inflexibles el cristal de las ventanas.

Pero en este paisaje de vorágine que dejan tras sí la volátil voluntad del hombre y sus empeños transitorios, el fulgor de una rosa, el olor del jazmín, la blancura primaveral de la cala y la delicadeza de la linterna china —supervivientes del caos— nos asombran con su milagrosa floración mestiza.


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