La panadería tiene un aforo máximo de
dos personas. El sexagenario ha de esperar fuera. Enseguida llegan otros dos
clientes: una pareja de octogenarios. El sexagenario es de esos que no soportan
el silencio en un ascensor con desconocidos
y siente una absurda necesidad de empatizar.
-Haciendo
cola, como en los viejos tiempos... -deja
caer.
El
sexagenario no ha conocido las colas para conseguir víveres, ni las cartillas
de racionamiento de la posguerra, pero calcula que sus dos compañeros de espera
sí.
-Es
que estos son los viejos tiempos -le contesta la mujer.
Ya
tiene el sexagenario tema de cavilación
para todo el día. Su pequeña lección de filosofía doméstica.
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