Una mano -compasiva o cruel- lo había colocado en el alféizar de la ventana, donde el sol penetraba pronto por la mañana y las vistas del jardín eran magníficas. Ante él, pletóricas de pájaros, las copiosas copas del sauce y del fresno bailaban alegres con el viento.
-Algún
día seré como ellos -se prometía, henchido de autoestima, el bonsái.
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