sábado, 23 de mayo de 2020

CORONACUENTOS (12): LAS MANOS SUCIAS





Últimamente tenía  la impresión de que sus manos estaban siempre sucias, contaminadas, a pesar de que se las lavaba con mucha frecuencia. La sensación de limpieza le duraba poco tiempo, cada vez menos. 

Pero lo peor estaba por llegar. Todo lo que tocaba -la manilla de una puerta, un vaso, las llaves, la piel de su mujer- podría contagiarlo. El libro que estaba leyendo, sacado de la biblioteca pública, también. A saber cuántas y qué sucias manos habrían pasado sus páginas. Lo cerró, aprensivo, y fue corriendo al lavabo. 

Levantó la palanca del grifo. Se enjabonó a conciencia y dejó que el chorro refrescante se deslizara sobre la piel llevándose los gérmenes. Se demoró mirando las pompas de la espuma que se resistían a desaparecer por el desagüe. Cuando cerraba el grifo lo asaltó una certeza: la palanca debía de estar forzosamente contaminada porque no hacía ni un minuto que él la había tocado con sus manos sucias para abrirlo. Volvió a levantar la palanca, se lavó de nuevo y al ir a cortar el agua volvió a tropezar con la misma sospecha. Y allí sigue, prisionero en el bucle, lavándose y ensuciándose, cerrando y abriendo el grifo, incapaz de lograr la perfecta pureza.

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