miércoles, 6 de mayo de 2020

CORONACUENTOS (10): EL NÁUFRAGO



Decidió no cortarse el pelo ni afeitarse mientras durase la cuarentena. Era una forma de medir el tiempo, de obligarlo a manifestarse. Los amorfos días tendrían así un sentido, por elemental que fuera: el crecimiento. Tras las sucesivas prórrogas decretadas para intentar frenar el voraz apetito de la pandemia,  el día en que, por fin, se levantó la prohibición, el pelo le llegaba casi a la cintura y la barba al pecho. Se miró en el espejo procurando recordar cómo era antes del confinamiento y, de golpe, hubo de reconocer que estaba irreconocible.



Salió a la calle. La gente lo miraba, él mismo se veía reflejado en los escaparates. Parecía un náufrago, un robinsón urbano. Y por primera vez en su vida sintió que tenía el aspecto que  de verdad le correspondía.

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