Alguien podría pensar que es inoportuno y hasta obsceno
celebrar hoy el Día de la Poesía. Pero los que nos hemos sentado con frecuencia
a la sombra de tan frondoso árbol sabemos hasta qué punto puede ser acogedora,
servir de consuelo en épocas de peste y de negrura. Como dice Joan Margarit la
poesía es como una Casa de Misericordia que da asilo a los huérfanos. Y ahora
todos sentimos esa orfandad profunda de la desgracia incontrolable.
Los poetas tienen fama de tristones y es posible que muchas
veces la poesía deje tras sí ese halo de tristeza. Pero, aun a pesar de que la
poesía sea sombría "escribir un poema siempre es un hecho positivo"
(Larkin), una apuesta por la afirmación.
En momentos de penuria y de catástrofe como los que estamos
viviendo surge la pregunta que se hace Heidegger: "¿Para qué los
poetas?" Y él mismo se contesta con unos versos de Hölderlin: “Pero ellos
son, me dices, como los sagrados sacerdotes del dios del vino,/ que de tierra en tierra peregrinaban en la noche sagrada.”
O podríamos citar estar palabras de Enrique Gran: "Poner luz a las cosas
tenebrosas."
Poeta es quien es capaz de ver una aurora boreal en una
mancha de aceite de coche sobre la calzada mojada por la lluvia, quien conoce
la alquimia de transformar el sufrimiento en belleza, quien hace de la alegría
una obligación aunque esté sangrando por dentro.
Y poetas somos todos cuando rozamos con los dedos
sensibilizados por la fiebre y el dolor
las cuerdas más hondas de nuestro interior y sentimos el calambre de ser, de
sufrir y gozar por ello. Y al tocarlas suena una música arrebatadora y
absoluta. La música de la Vida.
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