Los animales iban subiendo ordenadamente. Noé supervisaba la
operación y urgía a los más perezosos. Las nubes del diluvio pesaban como una amenaza inminente sobre ellos.
-¡Vosotros dos, no! ¡Fuera!- los amenazó cuando estaban a punto de embarcar. Parecían un matrimonio de jubilados felices por cumplir su sueño -tantas veces aplazado- de hacer un emocionante crucero.
Ni el mismo Noé supo el porqué de
aquella violenta negativa que acababa de gritar. La orden no parecía haberle llegado de lo Alto sino del Futuro. De poco sirvieron los ruegos de Cam, que se había
encaprichado con ellos.
La pareja de pangolines, resignada, se
dio la media vuelta hacia un destino incierto. Mientras oían cerrarse a sus
espaldas las puertas del arca se preguntaron cuál había sido su culpa.
(La
Historia se repite, es cíclica, sometida al eterno retorno, aunque siempre
hay pequeñas variaciones entre cada
versión. Cada vez que la rueda vuelve
a pasar por el mismo acontecimiento,
algo -no mucho, por desgracia- se va aprendiendo. Lo mismo les ocurre a las
historias.)
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