Ni la pobreza de la tierra,
ni el salitre que corroe,
ni el azote constante del viento,
ni la penosa travesía del invierno.
Nada puede con la voluntad
de ser y de arraigar, de crecer y florecer de estos tamarices
plantados junto a la playa.
Pero sus troncos retorcidos y nudosos testimonian
la dureza de la lucha,
el precio de tanta resistencia.
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