Ayer vi a unas niñas en el parque disfrutando con este juego tan tradicional como casi olvidado, relegado al olvido por juegos electrónicos de interior en los que los músculos de los dedos (y no de todos) son los únicos que se ejercitan. La estampa me pareció de otro tiempo y asociada a ella surgió del desván de las palabras arrinconadas en la memoria la palabra 'trucas'.
Es así como llamábamos en mi pueblo a este juego popular consistente en empujar un trozo de teja o de pizarra a pata coja siguiendo unas casillas numeradas dibujadas en el suelo. No es un nombre muy extendido (no figura con esta acepción en el Diccionario de la Academia) porque parece que hay una gran dispersión geográfica a la hora de referirse a él: truque, calderón y quizá el más común de rayuela. Hay otro, tan sugerente como culto, que he descubierto buceando en el océano insondable del diccionario: infernáculo (o pequeño infierno).
La sencillez aparente de este juego se ve asediada por un asombroso trasfondo. Mentira parece que de un diseño geométrico tan simple y de una aritmética tan elemental broten ramificaciones tan profundas. Algo de esto debió de intuir Cortázar al titular su novela más ambiciosa y estructuralmente compleja: Rayuela. No es solo que tengamos aquí una síntesis perfecta para el aprendizaje de los números y las figuras geométricas, para mejorar la coordinación motora y para beneficiarnos de todas las enseñanzas que el juego compartido ofrece; además, a nivel simbólico, bajo nuestros pies de niño teníamos una representación del más allá, con su cielo y su purgatorio; o, sin remontarnos a estas alegorías propias de Dante, estábamos ayudando a una humilde piedrecita a salir de las mazmorras.
Lo culto y lo tradicional han encontrado en este juego una insólita fusión. No hace falta que quien juega sea consciente de ello; muchos de nuestros mejores aprendizajes son inconscientes, pero, si hemos de creer un poco a Jung, los arquetipos universales surgen donde menos se espera y, en este juego, yo quiero ver una representación tan esquemática como potente de la eterna lucha entre los límites y la libertad, el acierto y el error, la inestabilidad y el equilibrio, el cielo y el infierno...
Lo culto y lo tradicional han encontrado en este juego una insólita fusión. No hace falta que quien juega sea consciente de ello; muchos de nuestros mejores aprendizajes son inconscientes, pero, si hemos de creer un poco a Jung, los arquetipos universales surgen donde menos se espera y, en este juego, yo quiero ver una representación tan esquemática como potente de la eterna lucha entre los límites y la libertad, el acierto y el error, la inestabilidad y el equilibrio, el cielo y el infierno...
Ojalá nuestros niños y niñas vuelvan a jugar a las trucas, al calderón, a la rayuela y, al tiempo que fortalecen sus piernas y aprenden los números y las figuras geométricas, algo de este maravilloso entramado simbólico quede adherido a la suela de sus zapatillas.
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