Perplejo estaba Gaspar,
Melchor cariacontecido
y atónito Baltasar.
Casi pierden el sentido
al leer las peticiones
que llegaban a montones
de las tierras catalanas.
Aquellos tiernos infantes
con palabras muy galanas,
entre humildes y arrogantes
expresaban un deseo:
"¡República cuanto antes!"
-Que a una testa coronada
le pidan algo tan feo,
una acción tan desnortada
como dejar sin oficio
a un monarca. ¡Qué estropicio!
Felipe es nuestro colega,
como el de Suecia o Noruega,
se lamentaba Melchor
sin salir de su estupor.
-A mí esto nada me extraña,
pues en viniendo de España
hay que esperar algo ilógico,
surreal y paradójico,
sonreía Baltasar,
muy amigo de glosar
las humanas desviaciones.
-Mas puestos a precisar,
a separar las naciones,
amigo, nos has de olvidar
lo que gritan por las calles,
por las montañas y valles:
Cataluña no es España,
aquí ya nadie se engaña,
le corregía Gaspar.
-Dejemos esto de lado,
no vamos a pelear
por tema tan intrincado,
interrumpía Melchor.
Estimo que lo mejor
será buscar la manera
para salir de este embrollo
sin que duela la sesera.
-¡Qué mal rollo, qué mal rollo!,
rezongaba el rey Gaspar
sin dejar de suspirar.
-Algo se me está ocurriendo,
al fin habló Baltasar
muy experto en arreglar
un roto con un remiendo.
He aquí lo que recomiendo:
Las cartas se han de enviar
con prevenida cautela
vía urgente a la Zarzuela
a ver si este año cuela
y el rey, harto del desmadre,
abdica como su padre.
-Tu solución no me gusta;
diría que hasta me asusta,
Me está pareciendo, hermano,
-zanjó Melchor la cuestión-
que con tanta confusión
te has hecho republicano.
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