Las raíces del sauce buscan con voracidad el agua, allá donde esta se encuentre. No ahorran esfuerzo ni se arredran ante los obstáculos y son capaces de invadir territorios ajenos y hasta de violar la ley sagrada de las raíces: profundizar. Así, el sauce intuye el agua de lluvia del tejado y sube por el tubo que la recoge lanzando por él un torrente de raicillas exploradoras hasta formar un cuerpo alargado y retorcido. Al extraerlo del molde es imposible no pensar en un ofidio. Solo falta colgarlo del árbol.
Todo jardín, si aspira a convertirse en verdadero paraíso, necesita su serpiente. Aunque sea un trampantojo.
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