El corredor - él preferiría ser llamado runner-,
supertecnificado -ropa térmica, reloj inteligente con GPS y pulsómetro, zapatillas
a la última- está haciendo estiramientos apoyado en un árbol del parque al
tiempo que comprueba sus estadísticas. Está en tiempo para correr la San
Silvestre y llegar entre el puesto 50º y 100º, calcula. Todo un avance. Un
individuo con gorra orejera -las orejeras remangadas-, y zapatos de rejilla se
para, lo mira con descaro unos segundos:
-Mucho
corréis vosotros.
-¿Perdone?
-responde acezando.
-Más
ando yo.
-¿Qué?
-Muchos
días me voy andando a Suellacabras y a Los Rábanos.
-Ya.
-
Campo a través. Un día me pararon los guardias.
-¡Vaya!
-No
sé pa qué corréis tanto. Yo sí que
ando -y se va.
El reloj inteligente mide los latidos
irregulares del runner y no sabe cómo interpretarlos. No está programado para
gestionar el desconcierto.
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