lunes, 17 de diciembre de 2018

APLICACIÓN


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          He vivido lo bastante para asistir a la curiosa aventura de algunas palabras, a su desplazamiento significativo, a su olvido, a su resurrección. La historia de la lengua me ha puesto ante los ojos episodios de esa lucha universal por la vida que alcanza hasta al territorio aparentemente inerte del diccionario. 'Aplicación' es uno de esos términos que disfruta de una nueva vida, subida a la ola de la tecnología y favorecida por su "falsa amistad" con el inglés.

            Guardo aún algunas hojitas de calificaciones en tamaño octavilla de mis años de bachillerato elemental. Además de las notas de cada una de las asignaturas correspondientes a cada curso, precediéndolas, se valoraban también tres aspectos referentes a la conducta: Disciplina, Aplicación y Urbanidad. Una santísima trinidad que servía para sancionar asuntos tan diversos como la rebeldía ante la autoridad, la actitud apática en las clases o las faltas en el aseo personal o los modales en la mesa. No sé cuál de las tres se consideraría hoy más obsoleta y más improcedente según las actuales tendencias pedagógicas.

            Para los adolescentes de hoy y para la mayoría de los usuarios del español, 'aplicación' ha dejado de referirse  al interés y esfuerzo que los alumnos muestran por aprender y ha pasado a designar cualquiera de esa multitud de programas informáticos que sirven para realizar infinidad de tareas. Los móviles están plagados de aplicaciones, algunas de ellas muy útiles y prácticas; otras muchas perfectamente prescindibles, cuando no idiotas. Los hay que las coleccionan con tanta avidez que se ha llegado a hablar de un nuevo síndrome de Diógenes digital que afectaría a todos aquellos que acumulan este tipo de programas, que son incapaces de deshacerse de ellos aunque no tengan intención de usarlos nunca.

            Hay aplicaciones de lo más disparatado y uno se las encuentra en cuanto rebusca un poco. Hay una aplicación para aprender a besar, otra que te permite trazar un mapa escatológico -para compartir con tus contactos- no de los lugares propicios al amor donde has tenido un encuentro amoroso, sino de los lugares en los que una necesidad imperiosa te ha obligado a descomer -que diría el maestro Quevedo- o a 'exonerar el vientre' -que diría un académico decimonónico-. Puedes atreverte a que te predigan la fecha de tu muerte, a que rastreen los fantasmas que hay a tu alrededor, a hacerle vudú virtual a tu ex. Si te aburres te puedes entretener explotando en la pantalla burbujitas como las del papel de embalaje o bebiendo la jarra de cerveza con su espuma que la pantalla de tu móvil simula ser. Y hay también una aplicación para eliminar las aplicaciones que, pasado un tiempo, no has utilizado.

            Llegará un día en que no sabremos hacer nada sin la correspondiente aplicación o el correspondiente tutorial. Digo aplicación pero debería decir app que es la forma acortada de la palabra (una apócope, según la terminología lingüística) que casi todo el mundo usa. Y, al hilo de lo dicho, dos inocentes juegos y un ruego con esta palabra protagonista de nuestro Palabrario de hoy:

                  1. La gente se aplica cada vez más a las aplicaciones.

            2. App es una palabra appocopada.

           3. Señores académicos, por favor, dejen de aconsejar utilizar 'apli' en lugar de app. Es preferible el barbarismo a la cursilería: "Me he descargado la apli del Candy Crash para no aburrirme en los plenos del Congreso" (pronunciado con acento de Málaga, mejor).

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