Es
Virgilio Arancón (no me acostumbraré jamás al 'era', en pretérito imperfecto, a
pesar de su reciente ingreso en el mundo de los sin pulso), es, me reitero,
Virgilio Arancón uno de nuestros complementarios preferidos. Poeta trasnochador
y trasnochado, engullido por el implacable hastío cotidiano de las ciudades
pequeñas, dolorosamente consciente de sus límites, completó un solo poemario -felizmente, nos puntualizaría- inédito. Lo que de él recordamos pertenece a la oralidad de sus verborreicos
desvaríos de altas horas y no podemos dar fe de la exacta literalidad de estas
citas. Solo la tozuda reiteración característica de la ebriedad las ha salvado del olvido:
-Igual
que Celan, yo soy poeta porque alumbro hacia atrás, espeleólogo que abre camino
a trompicones en la oscura cueva con la lámpara frontal en el occipucio.
-Nunca
podré escapar a esta pregunta aniquiladora: ¿Cuál es el verdadero oficio del
poeta: cifrar el mundo o descifrarlo?
-El
veneno de la poesía solo tiene un antídoto: el silencio.
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