Maldijo
al vendaval tres veces: una ráfaga había tronchado la rama más frondosa del
fresno. (Era un fresno joven, nacido
junto a la pared de la casa -y por tanto condenado- que él salvó
trasplantándolo con mimo y cuidándolo hasta que arraigó y se fortaleció en el
centro del jardín.)
El
viento le contestó: "Tres veces deberías bendecirme."
Pero
él solo tenía oídos para el enojo, que le susurraba feas palabras desde el
interior. Por la tarde el enfado casi había pasado y el hombre se preguntó qué
hacer con la rama caída. Con el palo más grueso se labró un báculo, de una
horquilla fina obtuvo una varilla de zahorí, dio las hojas más tiernas a su
vaca y lo demás lo reservó para la chimenea. Desde entonces caminó más
tranquilo, encontró agua para excavar un pozo y presintió un tesoro escondido
que estaba esperándolo, la leche le supo mejor y se calentó en el invierno.
Por
poco, pero el viento se había equivocado. Lo bendijo cinco veces.
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