Con su floración explosiva, el tilo se ha
convertido en una factoría rumorosa, un telar del siglo XIX, una maquiladora en
la frontera mejicana. Así sonaba antes el trabajo en las fábricas, como este
bordoneo febril de las abejas, avispas y abejorros acaparando néctar.
Pecorear. Me he hecho con esta palabra hace
poco y no sin cierto reparo. Procedente de un término latino ('pécora', plural neutro
de 'pecus' -cabeza de ganado, res-, que en castellano hemos adoptado como si
fuera singular), las connotaciones que despertaba en mí ("¡Eres una mala
pécora!" y otras expresiones semejantes inaceptables desde los actuales
códigos de corrección lingüística) me hacían mirarla con recelo. Y es verdad
que a 'pecorear' le ha llegado algo de este valor despectivo, pues significa
también 'Hurtar o robar ganado' -oficio de cuatreros- y 'Saquear' -triste
costumbre de soldados en desbandada-. ¿Cómo equiparar el robo o la rapiña, con
esta armoniosa labor organizada de las abejas? Las abejas pecorean, liban en
las flores del tilo. ¡Tópica imagen bucólica!
La doble cara de las palabras. Quedémonos con
esta azucarada ocupación de los insectos y con la promesa de una miel -la miel
de tilo- tan dulce como sedante, y desechemos sus otros significados.
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