Siempre que abría los ojos al
despertar o los cerraba al irse a dormir tenía la impresión de cambiar
súbitamente de país; más aún, de mudarse a otro universo donde solo tenía vigencia la la ley de la levedad. Tan distinto el
adentro del pensamiento o el sueño y el afuera de lo visible. Y separados tan
solo por una delgada y frágil e imprevisible frontera: los párpados.
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