Había pasado más de media vida en lo alto de su
columna, contemplando el cielo de cerca, la tierra desde la altura,
alimentándose del pan que le ofrecía el cuervo, bebiendo el agua que la escasa
lluvia depositaba en el cuenco de su mano, modelando de mil formas el silencio,
rechazando una a una las tentaciones del Maligno. Cuando se creyó preparado -la
barba le colgaba como un río invertido-
sus discípulos lo ayudaron a bajar y se dirigió a la plaza pública para
comunicar al mundo su Verdad.
Algo inesperado sucedió entonces: se le había
olvidado hablar.
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