El rubor de las yemas delata los deseos de primavera de este desmedrado tilo callejero en este invierno que ya dura demasiado. Apoyado en la frágil horquilla de dos ramas, persiste la delicada construcción de un nido que fue casa y cuna, espacio mínimo donde la vida cumplió su ciclo el año pasado. Con su aspecto de capazo de bebé, de barca en medio de la tempestad, muy bien ocultado por las hojas a las miradas de los depredadores en la época de crianza, ha resistido el empuje cruel del cierzo, la terca erosión de la lluvia, la seducción engañosa de la nieve, el empeño bipolar del sol y el hielo. Y ahí está, aferrado al árbol, mostrando a la vista del curioso paseante invernal la sabiduría de los pájaros albañiles, la perfección de lo pequeño, la nostalgia cálida de un hogar.
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