sábado, 21 de abril de 2018

CAMPANAS AL VUELO





Hoy han vuelto a sonar las campanas en muchos lugares de Europa tañidas a la vieja usanza, manualmente, liberadas de esos horribles motores eléctricos sin alma, sin pulso, sin emoción. Los que tuvimos una infancia pautada por la voz de las campanas sabemos cuánto y cómo ungían el tiempo de significados y hacían del aire un libro de horas. El fragmento  del poema que reproduzco se nutre de mis recuerdos de niño subido a un campanario. A este campanario.







Subir al campanario era ascender,
acercarse al destino de los pájaros,
elevarse  sobre
la pequeñez del pueblo, la pequeñez del mundo (...)
Tan solo las cigüeñas en su nido
reinaban por encima.
Vagaba tu mirada sobre el paisaje extenso
hasta el confín del llano, más allá de ese cerco
de encinas en rebaño que rodean el término (...)
Ebrio de lejanías,
no pensabas en nada, ni tenías noticia
de otras vidas posibles. Tan solo te dejabas
flotar sobre la bruma como pluma de pájaro
que olvidó su misión. Te sentías ligero,
con la conciencia tenue, tan próximo a ese hueco
que se colma de olvido.



Mas no estabas allí para mirar.
En tus manos de ardilla habían depositado
el terrible albedrío que gobierna
la vida de los hombres, la llamada
que convoca al bautizo, que acompasa
la cuenta atrás de los agonizantes,
que previene del nublo y el pedrisco,
que alerta cuando el fuego
devora las cosechas y calcina las casas.
La exaltación y el llanto,
el gozo y la catástrofe, la devoción y el luto
se pronunciaban siempre
a golpes de badajo.
La voz de las campanas se imponía
sobre el bullicio grande de las fiestas,
derramaba sus lágrimas de bronce
en el miedo profundo de la noche de ánimas,
cortejaba a los muertos
en su último viaje al cementerio
y volteaba el lento corazón
de los ancianos tristes
con el toque de gloria o de clamor.





No hay comentarios:

Publicar un comentario