jueves, 19 de abril de 2018

ANUNCIOS CLASIFICADOS




     Hubo un tiempo en que los anuncios clasificados o anuncios por palabras constituían una de las secciones más leídas de los periódicos. Hoy, ante el empuje imparable de lo digital y de sus aplicaciones instantáneas para este tipo de transacciones entre particulares, han sufrido un notable ocaso. Perviven, sin embargo, en algunas publicaciones, como en el quincenario gratuito del que he espigado los tres anuncios que copio abajo, elegidos por algún sesgo oculto de mi imaginación de entre las ofertas de armarios, cunas de bebé, cajas de seguridad, remolques, percheros, bañeras, botas de esquí, pérgolas, videojuegos y muchos automóviles.








     Mucho antes de que surgieran todas las variantes de la microliteratura, los anuncios clasificados, igual que los telegramas, ya habían recorrido este camino. El límite de su extensión era en este caso una exigencia de espacio y de dinero -se pagaba por palabras- y ello conducía a una economía radical de medios. Decir mucho con muy poco. Ya Hemingway ahondó en las posibilidades narrativas de este subgénero desdeñado. Cuando le retaron -o se retó a sí mismo, tanto da- a escribir una historia completa en muy pocas palabras (seis en su versión en inglés) produjo este texto usando el formato de los anuncios: Se venden zapatos de bebé sin usar.

     Sin llegar a la potencia sugeridora del ejemplo de Hemingway, el anuncio de la venta de un nogal abatido por la nieve también abre preguntas y posibilidades más allá de la propia y poderosa imagen del árbol vencido por la tormenta. ¿Quién puede estar interesado en comprarlo? ¿Qué se va a hacer con él, leña o madera? ¿Si madera, cuál será su destino final?

     Los otros dos nos sumergen de lleno en el inquietante mundo de los vestidos ya usados, trajes de ceremonia o fiesta en ese caso, despojos de unos momentos de plenitud y exaltación ya pasados. La pasión que rodeó su compra se ha transformado en melancolía. Y quien los adquiera no podrá fácilmente eludir esas adherencias que dejamos en la ropa. Estos anuncios también nos hablan de dificultades económicas, de la imposibilidad de repetir lo excepcional. Y luego están esas dos palabras, una en cada anuncio, que parecen puestas por sabio narrador. Me refiero a "almirante" en el traje de primera comunión (un almirante en miniatura, almirante por un día en mitad del páramo mesetario) y ese adjetivo "eléctrico" aplicado al color del traje y que, más allá de su carácter descriptivo, nos transporta al frenesí de la fiesta.

        Detrás de cada una de estas ventas parece estar acechando alguno de los múltiples rostros de la pérdida.

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