Nadie
cantará tu belleza, nada arbitraria ni presuntuosa, estrella grande en el cielo
verde de las hojas, alarde tropical de flor carnívora en la jungla civilizada
del huerto. Tu belleza tranquila, hexagonal, un poco arrugada, madruga porque sabe que va al trabajo y se cierra enseguida; tu sexualidad doméstica solo espera la llegada de un insecto que, al profanarla, la fecundará.
Nos gustan las flores
sin porqué ni para qué, las que malgastan ociosamente su hermosura, las que parecen libres del ciclo de la utilidad, y despreciamos las que producen, las que se pueden
comer, las que se sacrifican por el fruto. Pero en esta mañana después de una
noche de tormenta, ofrecida a la luz y a la promesa, bella flor de calabacín,
has obrado el milagro: los ojos del hortelano te han visto con ojos de poeta.
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