Rica, hermosa y joven todavía, la
viuda parece una lujosa embarcación deslizando por el paseo marítimo su cuerpo agasajado
por el sol, el agua y los costosos tratamientos de belleza. El petardeo de una
moto de escasa cilindrada no la va a desviar de ese itinerario invisible que la
hace erguirse con elegancia de ave acuática, la cabeza en alto, la pisada
avasalladora. Una mano se extiende como un tentáculo desde la moto y en un lance
bien entrenado le arranca de un tirón el diamante que fulge sobre la piel
morena en el valle de sus senos. Ella no grita, no protesta, no presentará denuncia. Apenas si se
extraña. Acaba de librarse de la promesa que le hizo en su lecho de muerte.
"Llévame siempre junto a ti, como a un caminante perdido, mis cenizas convertidas
en el más hermoso cristal entre la doble colina de tu pecho". "Siempre,
querido".
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