CORPUS CHRISTI
Bajábamos del monte embriagados de oxígeno,
acarreando brazadas de cantueso florido
para alfombrar las calles de aquel jueves de junio
con su perfume espeso, con su broza caliente,
con su color de ocaso. Un sol de primavera
hechizaba a la tierra. Había en los portales
altares fervorosos y el humo del incienso
procesionaba lento devanando sus hilos
en el aire traslúcido. Un misterio de sangre
se alzaba con el pan que todos adoraban.
No había paganismo en mi infancia litúrgica.
Pero en esa mañana azul del Corpus Christi,
al olor del cantueso, los dioses en minúscula
con sus sucias pasiones bajaban desde el monte
trayendo en sus pezuñas el barro del pecado,
la flor de los placeres, dejando en los tapices
el sello de los bosques sagrados y prohibidos.
Aunque yo no los viera ahora sé que allí estaban.
(Inédito)
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