Tras tantos siglos de experiencia,
Adán y Eva habían aprendido que el peligro para su paraíso no estaba en la
serpiente, ni en la manzana, ni en el pecado de soberbia, ni en el ansia de sabiduría, ni en el castigo de Yahvé, ni en el ángel con la
espada flamígera sino en que las coordenadas de su secreto jardín acabaran en
Google y al día siguiente aquello se les llenara de gente haciéndose fotos y
pusieran un chiringuito y una tienda de souvenirs y su paraíso se convirtiera
en trasfondo de Instagram, mientras ellos, horrorizados, exclamaban a dúo:
—¡El infierno son los otros!
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