No se conforma con la belleza de sus cinco grandes pétalos.
El hibisco parece empeñado en albergar otras pequeñas flores dentro de la flor, en esa aparatosa columna estaminal que sobresale de la corola y que se corona de cinco estigmas rojos. (¡Ay, el amor de las flores por el número 5!)
Tanta impúdica exhibición de órganos masculinos y femeninos emergentes, pensada quizá para retener la eléctrica atención de los inquietos colibríes del trópico, escandalizó a Linneo, quien escribió en latín (como si decirlo en una lengua muerta enfriara la pasión desbordante de esta flor efímera que solo dispone de un día para seducir): Mariti et uxores monstruose connati. (Maridos y mujeres nacidos monstruosamente juntos)
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