Era la biblioteca más melancólica que imaginarse pueda.
Se había ido formando por sedimentación, igual que el delta de algunos ríos, con los libros que dejaban en sus habitaciones los ancianos que iban muriendo en aquella residencia.
Y sin embargo, al examinar aquella biblioteca de náufragos, al ocasional visitante le resultaba imposible no sentir como en una vibración orgánica el infinito consuelo que emanaba de los ejemplares manoseados que habían alimentado los sueños y aliviado la soledad de los últimos días de sus lectores.
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