Tiene 6
años, los alemanes han entrado en Belgrado y mientras los ve desfilar por las
calles siente cómo tiembla el suelo. El temblor deja de ser físico cuando le sube cuerpo arriba desde los pies y se convierte en un presentimiento. De toda la
escena, sus ojos curiosos acaban por elegir la imagen de un perrillo blanco que
se cruza en el camino de los soldados y se extravía aterrorizado entre sus botas negras hasta que una patada lo hace saltar por los aires.
Una
patada lo hizo volar como si hubiera
tenido alas. Eso es lo que veo ahora.
La noche cayendo lentamente.
Un perro
con alas.
Ese niño se llamaba Charles Simic y acabó siendo un
gran poeta, alguien capaz de sublimar el dolor de un perrillo blanco
maltratado por la crueldad de los soldados y transformarlo en unas alas para volar.
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