Extraña palabra, apenas frecuentada, salvo en botánica. Su sonido no es especialmente agradable, no la emplean los poetas, nada que ver con el éxito de su hermana 'flor', la reina de las metáforas, que merece ochenta acepciones del diccionario. La pobre bráctea ha de conformarse con dos o tres líneas de definición en un lenguaje técnico y desapasionado.
Y, sin embargo, ella es la responsable de la vistosidad de algunas plantas magníficas como la cala, la flor de pascua o las buganvillas que ilustran esta entrada. Las verdaderas flores de estas plantas, protegidas por el espléndido envoltorio de sus llamativas brácteas, son minúsculas, insignificantes, poco atractivas, enfocadas solo en la reproducción. Lo que seduce nuestra mirada y sirve de reclamo a los insectos polinizadores son esas hojas modificadas que parecen haber sido obligadas a renunciar a su nombre para merecer la belleza. El cofre es más precioso que lo que guarda dentro.
¿Qué poeta se atreverá a celebrar en sus versos la hermosura de las brácteas de la buganvilla?
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