A
veces era la marejada.
A
veces el viento.
A
veces un bañista malhumorado,
por
el mero afán de destruir.
Pero
ella siempre rehacía su obra.
Juntando
piedras,
clasificándolas por tamaño, color, forma.
Arrebatándoselas
al caos de la playa.
Y
la flor surgía de nuevo, era nueva cada vez.
Su
flor, tan tenaz como la vida.
Tan
vulnerable.
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