A las doce
en punto, desde la escuela, decenas de móviles empezaron a enviar sus mensajes
para felicitar el año nuevo. Para la mayoría de ellos era la primera vez que saltaban
la casilla del 31 de diciembre lejos de sus familias y nunca habían
experimentado una añoranza tan fuerte, ese sabor agridulce de la ausencia que te
obliga a buscar sucedáneos, a refugiarte en los recuerdos.
Como si hubieran
sido visibles, como si fueran bengalas trazadoras, las estelas de aquellas llamadas
cargadas de nostalgia tejieron en el cielo de la noche una hermosa madeja,
escribieron las mejores palabras con la oculta caligrafía de los deseos
imposibles.
Estaban
siendo unas fiestas raras. 2023 iba a ser el año más corto para aquellos
muchachos alojados en una escuela reconvertida en cuartel. A las doce y doce,
siguiendo el rastro invisible de las llamadas, la artillería enemiga
geolocalizó el objetivo.
Lo demás
fue silencio.
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