Tenía la costumbre de llevar siempre
un regalo, aunque solo fuera un pequeño detalle, cuando era invitada a una
casa. Solía acertar con el obsequio adecuado porque era hábil en adivinar lo que podía hacerle ilusión a la otra persona. Pero esta vez hubo de
pensarlo mucho: le daba la impresión de que su gesto iba a ser más
trascendente. Al fin creyó haber encontrado lo que buscaba.
Cuando alunizaron, sus compañeros
estaban muy preocupados de los aspectos técnicos de la operación y de dar una
buena imagen para la posteridad. Ella solo pensaba en la luna y en esa extraña
solidaridad de mujer a mujer que se había despertado en ella.
—Te
he traído algo. Espero que te guste.
La
grabación contenía sonidos: el murmullo de una fuente, el canto de unos
pájaros, la risa de una niña, el susurrar del viento entre las copas de unos árboles. Por un
momento, la luna pareció escuchar y animarse con la
nostalgia de lo que no pudo ser, de un mundo azul e inaccesible, y brilló
sonriente y agradecida a la primera mujer que hollaba su superficie.
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