El fotógrafo lanza su red en el mar de la gran ciudad una noche de diciembre, en una calle atestada, en medio del tráfago de peatones, coches, autobuses y luces navideñas que dibujan en el cielo ángeles caídos. La pandemia que se abatió sobre el mundo las dos navidades anteriores ha propiciado esta explosión humana, este caos festivo, este florecimiento de los deseos reprimidos: salir de casa, juntarse, celebrar, comprar. Piensa el fotógrafo que está bien que así sea, que la vida ha vuelto por sus fueros. La instantánea que ha tomado le parece vulgar pero es que la alegría tiene poco de original, se dice:
Cuando llega a casa y revisa con detalle las imágenes en la pantalla más grande del ordenador, comprueba que ha capturado un objeto extraño, un artefacto que da a una de ellas una vaga apariencia de película de ciencia ficción distópica, una nave espacial venida no se sabe de qué lejano planeta. Nadie, ni él al tomar la foto, ni ninguno de los transeúntes que se apiñan en las aceras ha reparado en ella. Pero está ahí, acechante, sobrevolando amenazadora la escena.
A veces, al recoger su red, el pescador encuentra en ella un monstruo inesperado.
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