Muy de tarde en tarde el Dueño de la
Cuadra pasaba revista a sus cuatro caballos: el blanco, el rojo, el negro y el
bayo. Hablaba con sus caballerizos, se interesaba por su salud ─la de los
caballos, por supuesto─, por su alimentación, por el ejercicio que hacían.
─Veo
que el rojo está un poco desmejorado.
─Es
que apenas sale de la cuadra.
─¿Cómo
es eso?
─Nadie
se atreve a montarlo. Es peligroso.
─Dejadlo
de mi cuenta.
El Dueño de la Cuadra conocía al
hombre adecuado. Cuando recibió la llamada del Dueño, Vladimir hijo de Vladimir no se lo pensó
dos veces. Llevaba años agazapado, esperando esa oportunidad.
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