La vida es eterna en cinco minutos...
Y cualquier lugar, hasta el mástil de un semáforo, es propicio al amor y al desamor.
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
La vida es eterna en cinco minutos...
Y cualquier lugar, hasta el mástil de un semáforo, es propicio al amor y al desamor.
La mariposa soñó que era un hombre
llamado Chung-Tzu.
Al despertar no estaba segura de si
era una mariposa que había soñado ser Chung-Tzu o si era Chung-Tzu y había
soñado ser una mariposa.
Por un instante dudó de sus alas. Momento
que aprovechó el pájaro para devorarla.
Ni los gruesos muros ni la estricta regla de la orden impidieron que el virus entrara en el convento. Quizá sea mejor no preguntarse por qué clandestina vía logró burlar la férrea clausura. Una vez allí fue saltando, furtivo y regocijado, de monja en monja como piojo en gallinero.
El coro, el refectorio y el obrador donde las hermanas elaboraban sus deliciosas pastas de té fueron los escenarios de un contagio fulminante y sigiloso que solo se llevó a la más viejecita de la congregación, sor Emerenciana, centenaria y amojamada, cuya primera jaculatoria matutina desde que cumplió los noventa era siempre la misma: «Señor, llévame pronto».
De modo
que más que crueldad hubo misericordia en este manso final y ello ya nos pone
en la pista de la peregrina mutación que el patógeno estaba sufriendo. Aunque
la literatura científica sea reacia a considerar estas variables no parece
descabellado pensar que el silencio balsámico del claustro, las melodiosas
voces del coro y la dulzura ambiental del obrador alteraron su estructura
genética.
Cuando tras dos meses inolvidables y contra
su íntima voluntad abandonó el convento alojado en un huésped
descuidado, el virus ya no era el mismo. Había perdido las espículas y se había
convertido en una bolita retozona y casi inocua que apenas inducía los síntomas
de un resfriado liviano y plácido. Un virólogo zumbón puso nombre a esta
variante: pellizco de monja.
¿Por qué decir fake o fake news cuando podemos decir 'mentira', 'bulo', 'trola', 'bola', 'rumor', 'engaño', 'embuste', 'embeleco', 'falacia', 'patraña', 'cuento', 'invención', 'noticia falsa', 'ficción', 'montaje', 'infundio', 'paparrucha', 'calumnia', 'falsedad'... que, además de no ser crudos barbarismos, aportan cada uno de ellos un matiz que se ajusta a diferentes situaciones?
Nuestro idioma es rico, no lo empobrezcamos.
(Ilustra esta entrada la imagen de una cala: la hermosa apariencia de la campana blanca no debe hacernos olvidar que es una falsa flor, una hoja evolucionada para proteger la inflorescencia amarilla de su interior. También la Naturaleza induce a engaño.)
Hay quienes redimen a la ciudad de su aspereza, de su sequedad,
de su mirada hostil.
Hay quienes buscan el rostro antiguo de la tierra, su fértil memoria
bajo la dureza de los pavimentos.
Hay quienes tienen suficiente con un metro cuadrado
para soñar un jardín.
Hay quienes plantan lirios y caléndulas
en el triste cuadrado de un alcorque.
Como en una ingenua alegoría medieval, quiso ver simbolizadas en esta instantánea las tres edades de la flor, las tres etapas de una vida, el trayecto que lleva de la promesa al esplendor y del esplendor al despojamiento.
Conozco tan bien tu rostro
que no necesito verlo,
mas no me niegues tu mano
y al mismo paso marchemos.
El fotógrafo es pudoroso, no le agrada ser intruso en vidas ajenas. Pero no ha sabido resistirse al encanto y la armonía que emana de esta instantánea captada al azar. Esta mujer y este hombre parecen haber encontrado el secreto de dos corazones que laten acompasados. Hay una simetría conmovedora que enlaza el color del pelo, la inclinación de los hombros bajo el peso dulce de la edad, la sincronía de los pasos, el desvalimiento de la mano de él prendida del brazo de ella... Algo que solo nos es regalado tras muchos años de un amor verdadero, ese que se fortalece en la adversidad.
El
buhonero llegó a la ciudad con su carromato repleto de baratijas. Últimamente
la venta no había ido muy bien, pero hoy, en la capital del reino, tenía el
pálpito de que las cosas serían diferentes. La gente de la corte es alegre y
despreocupada, les ciega fácilmente todo lo que brilla bajo la luz hermosa de
su sol.
-¡Ha llegado el buhonero! ¡Productos de fantasía para todas y todos! ─pregonó
ante una multitud ansiosa y entregada.
Y
embalado en su propio discurso:
-¡Aprovechen
la ocasión! ¡Joyas auténticamente falsas!
Se
las quitaban de las manos.
Una mano -compasiva o cruel- lo había colocado en el alféizar de la ventana, donde el sol penetraba pronto por la mañana y las vistas del jardín eran magníficas. Ante él, pletóricas de pájaros, las copiosas copas del sauce y del fresno bailaban alegres con el viento.
-Algún
día seré como ellos -se prometía, henchido de autoestima, el bonsái.
Cobijados
precariamente del aguacero bajo el follaje aún ralo del fresno, los burros han
abandonado su infatigable trabajo de herbívoros: arrancar la hierba tierna de
la primavera, masticarla someramente, rumiarla. Los días se les van en esta
tarea elemental y absorbente. Pero ahora, congregados junto al árbol, están
paralizados, como si jugaran a ser estatuas animales. Ni siquiera sus tics
habituales ─rascarse los parásitos, agitar la cola para espantar insectos,
abanicar las orejas─ desmienten su
inmovilidad, y el observador se admira de ello y se pregunta por la causa de
tan maravillosa quietud. Busca
analogías. ¿Están rezando al dios de la lluvia? ¿Son patriotas que escuchan con
veneración y respeto el himno? ¿Son filósofos, poetas contemplativos meditando
en busca del nirvana?
Tal
vez, contra su inmerecida fama de seres insensibles, sean los burros espíritus
delicados y sus oídos, atentos a esa blanca música de la lluvia, y sus ojos,
cautivados por su cadencia hipnótica, los induzcan al trance. Estáticos y
extáticos.
Y
algo de esta paz sencilla, pequeña y honda se adueña también del observador.
Lluvia
de abril.