Cada día de marzo es una emboscada en estas Tierras Altas para los árboles, para las plantas. A momentos de una dulzura primaveral conmovedora suceden sin aviso previo vientos gélidos como la sonrisa de un mal adiós, madrugadas de hielo y breves tardes vestidas de nubes frías. No es de extrañar la prudencia escarmentada y remolona del mundo vegetal. Y sin embargo las violetas nunca fallan: en marzo despliegan sus pétalos a la menor ocasión y no retroceden ni se arrugan. Su belleza es de quien se agacha y mira sin prisa, de quien no necesita la grandeza, ni la evidencia, ni la impostura. Su olor es tan tenue, tan íntimamente delicioso, que hay que respirarlo muchas veces hasta llegar a él. Nacen del humus de la tierra, de esa fina capa de materia en descomposición que un año antes también fue primavera. Nacen del humus, sí, apenas se alzan de él y ahí resisten. ¡Qué bien les cuadra el adjetivo 'humildes'!
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