En la sala de triaje el aire es denso, difícilmente respirable. La angustia forma nubes tóxicas.
Un poco más adentro, en los boxes, el oxígeno es un bien escaso, no hay para todos. Un hombre decide quién sí y quién no. No cree en Dios, ni en el Destino. Desconoce quién es Átropos. Pero ahora él es Dios, él es el Destino. Con una mirada rápida, con una palabra breve, corta el estambre de una vida, como una Moira. Viste de blanco, igual que ellas.
No es de extrañar que, a ratos, parezca caminar bajo un peso sobrehumano, que los ojos se le inunden de una tristeza mitológica.
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